sábado, 26 de febrero de 2022

Julio César Marín Jara, "La memoria sin letras", traza de prosa poética (febrero de 2022).

 


La memoria sin letras.

Sentado aquí, en el olvido, pierdo las palabras; hay un rugido quebradizo detrás de las cortinas de cemento. Zapatos y murmullos tienen presencia en el eco… ni las pulgas encuentran perros. De vez en cuando se ve el somnoliento paso de un pájaro, la voz de la amada se pierde detrás de aquellas alas. Hay un sortilegio detrás de cada anuncio, una voz extraña escudriña en mis oídos. ¿Será el rechinar de dientes que deviene de la memoria?

El olvido se acerca constantemente por la vereda, donde los ídolos de bronce quedan de boca con el respeto a polvorosa huida. Las ruinas están montadas sobre sí mismas: queda boquiabierta la obra de arte, doncella trasquilada de sus joyas. Hay una letra por cada verso sonámbulo que desmerece un árbol, la antología se lee sola. El edificio mira las columnas ilustradas de mármol nauseabundo, la torre de Pisa siempre fue plana. ¿Será que el vacío sigue volteando su vanidad?

En ese humedal se entierran guitarras, debe levantarse la condena al saqueo del recuerdo. Las copas de vino suenan en el aire sin ofrecer salud, las parroneras se ofrecen al fuego en holocausto colectivo. Detrás de esa esquina se vierte un humo de parrillas, no recuerdo a qué sabe, es un apuro en mi conciencia. El catedrático aullido del mediodía separa los dogmas, la pobreza se acurruca sobre los rieles y el silencio sólo deja entrever el mordisco al pan seco. ¿Será que el ilustrado orgullo tan sólo le ha dado zapatos a la ceguera del status quo?
 
Cuántas noches de neblina y humo dejó entreabierta la puerta de un furgón policial, no hay dolor… no hay dolor… camina derecho. Este amanecer no es el mismo: transito tal vez más borracho, o menos. Hay un hedor a orgullo feudal, la ciudad donde el trueno dormía ahora es feudo de la vacuidad. ¿Cómo es posible que las palabras se erigieran cual feudo fatuo?

Hay un evanescer debajo de mis botas, ni los añejos suspiros desean volver. Detrás de cada bosquejo del paisaje irrumpen los ruidos carnavalescos, hay un acéfalo gutural que deambula en la selva de cemento. Los sortilegios horizontales se leen al revés, las preguntas son llaves mágicas en el resplandecer. Bajo aquel árbol un verso cautivó a un niño, aquí está el comienzo. ¿La contemplación del espíritu podrá degollar la estatua del héroe?

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