domingo, 7 de noviembre de 2021

Rodrigo Peralta, extracto de "Una luz imprudente" (Buenos Aires Poetry, Argentina 2021).


Rodrigo Peralta (Santiago de Chile 1973). Licenciado en Educación, actor, profesor, escritor y poeta chileno. Testigo directo del quehacer cultural y político de finales de los ’80 y la década de los ’90 donde se formó como artista. Ha publicado los libros "Hacia la noche de afuera" (2003), "De-Claro" (2011) y "Una luz imprudente" (2021, Argentina). Ha colaborado en revistas como Absenta, A 89, Oropel y ha realizado crítica teatral en el diario Cine Literatura. Sus poemas han sido incluidos en antologías como "Una invitación, un poema" (Chile) y "Anuario bilingüe de poesía de San Diego / fractal 2020-2021" (Garden Oak Press, San Diego, California, Estados Unidos, compiladora Olga Gutiérrez García). Actualmente es director y editor de Ediciones Filacteria y vive en Talca.

A continuación presentamos un extracto del libro "Una luz imprudente" (Buenos Aires Poetry, 2021).

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RODRIGO PERALTA
Una luz imprudente
Buenos Aires Poetry, 2021.
88 p.; 20×13 cm.
ISBN 978-987-8470-06-1
Poesía Chilena.


EL HABITANTE

1

El rostro de un Habitante proyectado en un muro.
En cualquier ciudad del mundo un muro y un Habitante.

2

Café negro, ceniza de cigarro en el suelo.
El oficial tiene la boca vaporosa y con espuma. Existe expectación en el entorno.
Ya no importa la “L” en los pasaportes, tampoco las listas con nombres prohibidos.

Son tiempos de retornos, de regresos voluntarios, de treguas. El oficial respira hondo y deja escapar una sonrisa. El oficial da la bienvenida y luego
se retira apresurado, junto a su escolta espumosa.

Los últimos en descender del avión son Ana y el Habitante, caminan por la loza, es primera vez que se ven,
el trecho para llegar donde se encuentra la multitud
se hace extenso. Sus maletas son livianas,

vienen casi vacías, como el día de su partida.

Al llegar al acceso de salida y entrada del aeropuerto
no queda nadie, solo el tráfico habitual
de unos pocos pasajeros y los taxis negros con techo amarillo, esperando a los últimos retornados de la jornada.

Dejan sus maletas en el suelo, se miran y proceden a recibirse estrechando sus manos,
a saludarse con un abrazo
y sellar el encuentro con un beso, simulando todos esos años “sin vernos”.

Por lo pronto hay que ordenar la casa
y conocer a los nuevos integrantes de la familia.

Ana abre las ventanas,
sacude los muebles y pone a tostar un poco de pan para terminar el desayuno pendiente.

El Habitante enrola un cigarrillo,
se sienta a contemplar los cuadros y las fotografías que cuelgan de uno de los muros de la casa.

3

El Habitante sale a la ciudad con una libreta donde escribió algunas direcciones que recordaba. Es irreconocible el paisaje, el rio sigue su curso, sus aguas son pesadas y oscuras. Hay memorias inexistentes en el mapa. No encontró a nadie, ni siquiera algún vestigio.

Se sienta frente al museo, esta algo agobiado, tiene sed y poco dinero. Toma agua de la que sería el último bebedero del parque. Al país donde regresó, todo se vende y se compra.

Pasan patrullas con sus sirenas encendidas, la película es en blanco y negro. Se ve mucho movimiento, autos sin placa que suben hacia el oriente. El despliegue es impresionante. El Habitante entra a un negocio, mientras compra cigarrillos, por la televisión se informa del asesinato de un senador de la república. El locatario aplaude, una mujer que se encuentra haciendo un pan con mortadela lo increpa - ¡son los terroristas!- El habitante sale del negocio dejando atrás la discusión, las sirenas están por todos lados, le tiemblan las piernas, le sudan las manos, piensa en voz alta –no he llegado a buen lugar, necesito un trago–.

El Habitante entra a una fuente de soda en calle Bandera. Ahí se cobija y pide una malta con cacao. Se mira en el extenso espejo que se encuentra en la barra, ve pasar su vida cansada; no hay nada más que hacer por el momento, solo esperar que baje la conmoción en la ciudad por la muerte del senador y la fuga masiva de la cárcel pública. La libertad tiene un costo y el habitante lo sabe muy bien.

Pide otra malta, se la bebe en un par se sorbos, se acomoda el Jopo y su polera marinera, se arremanga los jeans y limpia sus bototos. Prosigue su recorrido hacia el poniente.

El Habitante es hijo legítimo de una generación impertinente, sabio pasajero de clase incómoda, que cuando estalla en melancolía camina en busca de un recital punk en algún lugar de la vieja ciudad.

 

DECORADO 2

Una torre de alta tensión. Un conjunto de edificios emplazados en lo que fue el centro de la provincia. En sus azoteas, un centenar de antenas y cables y fecas, y motores de ventilación artificial, porque las calderas en los subterráneos dejaron de funcionar cuando todos se marcharon hacia la capital, que está a unas pocas cuadras, en línea recta, avenida arriba, cruzando DIGNIDAD.

Desde el margen se habita en verticalidad, si quieres eliminarte por fatiga existencial, te lanzas al patio colectivo, y dará lo mismo si vives o mueres –que es lo más probable–, porque no eres el centro de atención.

Tu alma gravitará y la animita que construyan en tu memoria la harán desaparecer porque no será adecuada para el paisaje trizado de espejos, con olor a escombros, papeles quemados y aguas teñidas que se escurren

por las alcantarillas.

Una torre de alta tensión. Un conjunto de edificios. Apagón.


TRIZADO

Juliano decía que las cosas eran un destello, como la bala que remata al que traiciona.

Pero Juliano jamás gatilló la negra de calibre 38 largo. Sólo tenía la boca con aliento a pólvora. Viejo Juliano, el vino y el queso, el mejor del barrio. Él, mi padre postizo, cercano amigo.

Juliano y el espagueti.
Su tratoría y sus gritos guirnaldaban la cuadra:
Olores mi boca la noche.
Siempre lo decía luego de unas cuantas copas
de su mejor brebaje –olores mi boca la noche– y desaparecía dejándome una canción de Adamo sonando del viejo toca discos heredado de su nonno.

Desperté frente a una ventana intermitente de luz.
A veces pienso en regresar, sé que ha pasado el tiempo,

sé que aquí estoy seguro, pero ahí permanecen las imágenes a todo color, como aquel día en que te vi en Casa Cena.

Yo era el niño que iba junto a ese hombre la mañana del 76 caminando por el centro de la ciudad.

Esa madrugada en Casa Cena te reconocí de inmediato.

Te levantaste al baño, todo ocurría como si fuera la mejor escena de una película de gánster. Pensaba que en cualquier momento el director diría ¡corte! Pero
la secuencia siguió su curso. Te abordé en el baño.

Al principio sonreíste, pero cuando la negra calibre 38 largo entró en tu boca bastardo de mierda, apelaste a los años, al olvido y llorabas de miedo pidiéndome por tu miserable vida.

Tus huesos viejos quedaron marcados en mis dedos. Caíste al suelo pidiendo ayuda. Pero nadie vino por ti.

Regresé a mi mesa, terminé mi botella y salí tranquilo en dirección desconocida. 

Hugo Villar, dos relatos breves del libro "El impostor" (2016)

Hugo Villar nace en Talca, en 1981. Después de pasar su primera infancia en el campo maulino, se traslada a la capital regional, donde cursa sus estudios de enseñanza media en el Liceo Abate Molina de Talca. Luego ingresa a Pedagogía en Religión y Filosofía en la Universidad Católica del Maule, para posteriormente realizar un Magister en Literatura y Artes Visuales en la Universidad de Talca.

En literatura ha publicado los libros de poesía y cuentos "Extramuros" (2015) y "El Impostor" (2016), y ha participado en la antología de poesía social "Verbo Latente" (2018). Actualmente se desempeña como profesor en la escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca. Es columnista del suplemento “Temas” del diario El Centro y publica sus cuentos en el diario rural Sanclementino. 

En producción audiovisual destaca su dirección del videoarte "Talca On The Road", y los documentales "Sota" y "Sonrisas de Paz". También produjo, actuó y escribió el guión de la primera película de acción talquina, "Los Culpables", estrenada en 2017. Ha participado como actor en varios cortometrajes de la saga de terror "Crónicas de Talcadáveres" (2012).

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A continuación presentamos dos relatos breves del libro "El impostor" (2016).

Hugo Villar, "El impostor en busca de su sombra" (Taller de Libros de Cerro Artillería, Puerto de Valparaíso, 2016, 116 páginas).




Mujer fatal

–Eran cuatreros, ellos me engañaron, mandaron a esa mujer para que me engatusara, es la verdad patrón, yo le explicaré.

Estaba en el bar de Don Melo, venía de encerrar a los caballos en los corrales y uste’ sabe que a mí me da sed después de la faena, entonces estaba en eso, tomando una pilsener ¡pero después pa’ la casa, tranquilito! Entró una rubia buenísima, rica la tonta, unas piernas gruesas ¡¡shhh ‘tese calla’iíto!! Con unos pantalones apretaditos y un escote que ni le cuento… se acercó directo a mí. Debí haber sospechado, era raro que una mujer se me acercara de esa forma. Bueno, la cosa es que dijo que andaba medio perdida, buscando a una amiga que vivía por el sector de Bella Unión. Entonces, me hice el galán y la llevé en la camioneta. Íbamos conversando, mientras yo manejaba; nos metimos por un callejón y ella me pidió que parara, dijo que tenía que ir al baño. Se bajó y se metió entre unos árboles y matorrales, la verdad es que estaba bien oscuro. Cuando regresó me apuntó con un arma y me gritó que bajara del vehículo, afuera había tres tipos con escopetas, me pidieron las llaves de los corrales, me golpearon en la cabeza y quedé inconsciente. Cuando desperté ya era de día, me dejaron amarrado a un árbol y unos niños que a esa hora iban a la escuela me vieron y me soltaron. Mi camioneta no estaba y, como pude, llegué a los corrales, los caballos ya no estaban, había huellas de neumáticos grandes, seguramente se los llevaron en camiones. Se lo juro patrón, yo no tuve na’ que ver, a mí me engañaron, fue de caliente no más, uste’ sabe: uno no es de fierro.

  

Perdidos en Mariposas

Cuando decidimos robar el Teletrak de la ciudad de Talca, estábamos convencidos de que todo saldría bien y como solo en las películas las cosas como éstas salen bien, a nosotros se nos pudrió todo. Lo que ocurrió fue lo siguiente: cuando estábamos en el local teníamos encañonados a los clientes y funcionarios, todo iba perfecto, yo tenía a los viciosos jugadores de carreras de caballos en el piso, amenazándolos con mi arma; el Chino, por su parte, estaba desmantelando la caja fuerte, metiendo el dinero en unas bolsas y quien nos cubría afuera con el auto encendido era el Chico Ramírez. Justo cuando me estaba extrañando que todo resultara impeque, aparece el guardia abriendo una puerta que hasta ese momento había permanecido cerrada, y que yo ni el Chino habíamos notado. El tipo se las quiso dar de héroe y comenzó a disparar, yo me tiré al piso y vi salir al Chino disparando, yo también disparé desde el piso y logré darle al guardia en uno de sus hombros. Raudamente salimos del local y nos subimos al automóvil. El Chico Ramírez aceleró por la Cuatro Oriente hasta la Alameda, al llegar a la Once Oriente creímos sentir unas sirenas, tratamos de tranquilizarnos. Puso un poco de música, era una ranchera tropical del grupo de su hermano, Los Inseparables de Maule Sur, el tema hablaba de amor, engaños y borracheras. El Chino cantaba con aires de nostalgia y ya estábamos en el bypass de San Clemente. Habíamos decidido perdernos unos días en la precordillera, quizás arrendar una cabaña. Nos detuvimos a comprar unas provisiones en Mariposas. Cuando nos acercamos al mesón del negocio notamos que escuchaban la radio Paloma, donde hablaban del asalto. Rápidamente regresamos al auto y continuamos el viaje, creo que el Chico se persiguió, se asustó con lo que escuchó en la radio, tomó un desvío por un callejón sin pavimentar y nos adentramos en un bosque cerrado bordeando la ladera del cerro, llevábamos media hora sin detenernos hasta que se nos pinchó una rueda y el conductor perdió el control del auto. Nos estrellamos primero contra un árbol y luego nos volcamos y arrastramos varios metros ladera abajo. Cuando reaccioné, me di cuenta de que era el único que estaba vivo, por suerte me puse el cinturón de seguridad, así que tenía algunas contusiones leves y un brazo roto. Tomé el dinero y logré salir del auto, avancé unos metros y me interné en el bosque, miré el cielo y respiré profundo. Ya nada podría salir tan mal, creo que la suerte me estaba dando otra oportunidad.

jueves, 30 de septiembre de 2021

Evelyn Covarrubias Vera, poemas.

 


Evelyn Covarrubias Vera, nació el 5 de mayo de 1981 en Los Andes, Chile. Desde niña le llama la atención la escritura y lectura. Tiene dos libros publicados y ha participado en eventos virtuales nacionales e internacionales. Forma parte de la Agrupación Letras Andinas de Los Andes, Chile. Es parte y embajadora del Colectivo Mailen Literario Internacional Talca, Chile. Ha sido parte de las tertulias nocturnas con Poetas Sin Fronteras de Veracruz, México. Publica en revistas digitales y colabora con emisoras de radio nacionales e internacionales.

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Nostalgia
(del poemario Amor, Desamor y Esperanza)

Te he vuelto a mirar a los ojos,
que siguen con ese hermoso brillo,
afuera quedan mis despojos,
y me planto ante ti con orgullo.

Hoy siento nostalgia de ti,
y de aquel día,
que pasamos juntos a orillas del mar.
Nostalgia de ese abrazo cálido,
de ese beso tímido y de esas manos tibias,
 tomadas de las mías.

De esa mirada penetrante
que hizo sentirme importante,
de eso siento nostalgia.
Nostalgia de ti,
y de aquel día,
que pasamos juntos a orillas del mar.

Nostalgia de tu risa,
del viento y la brisa,
que rozaron nuestros rostros.
De esas palabras que fluyeron de tus labios,
de eso, siento nostalgia.

Nostalgia de ti,
y de aquel día,
que pasamos juntos a orillas del mar.
Nostalgia de tus labios,
cuando después de tanto tiempo,
se juntaron con los míos,
de eso, siento nostalgia.

Nostalgia de ti,
y de aquel día,
que pasamos juntos a orillas del mar.


Volver a Tenerte
(del poemario Amor, Desamor y Esperanza)

Te he vuelto a tener en mis brazos,
he vuelto a sentir tus labios,
dos maravillosos lazos,
que los hago sólo míos.

Poner mi cabeza en tu pecho
y escuchar el latido de tu corazón,
juntos al acecho
hasta perder la razón.

Vuelvo a sentir tus manos
que, tomadas de las mías,
tú y yo nos miramos
y un beso me darías.

Volver a sentir esta pasión,
que me cala hasta los huesos,
no tengas de mi compasión,
que ya de este amor, estuvimos presos.