jueves, 13 de febrero de 2020

Gonzalo Díaz Letelier, el animal y el reino (versos 1997-2006).



EL ANIMAL Y EL REINO
(versos 1997-2006)

por Gonzalo Díaz Letelier 


Huilquilemu

Verano liviano habitado de vergel en vergel
atravesado alegremente por la cadencia
del revoloteo del sol en la danza de sus rayos
estacas luminosas resistidas por las sombras de añosos árboles
sombras a través de las que el viento me resbala
y ya bajo el sol el mismo viento en mi piel queda, pues él abraza mi sudor

Sometido en tales parajes a lo que en ellos se muestra, tocándome
me crío en la natura como bestia redimida

El variopinto carnaval, de allá de donde ahora vengo, ha disuelto mis densidades
la música nuevamente ha ofrecido el gozo del reencuentro con lo inmenso
en la ciudad del trueno he alcanzado el discurrir libre en el río del tiempo…
como fauna amistosa nos hemos lanzado a la insondable pero viva eternidad

Las huellas siembran aquí pétalos, allá frutos del otoño
pero el ir cayendo abre los surcos.


El mar y los doctos

Me faltan los dientes para morder este sueño,
ficción y verdad del deseo infinito, pasión de las fosas abisales de la historia
del que se sabe hijo frágil del mar: cuerpo y fantasía, pueblo y abismo.

Los doctos se bañan en la orilla de lo salvaje, asoleados, insolados,
en los baños públicos muestran afiebrados sus fauces, orgullosos como cerdos
y sonriendo se van cojos a sus casas, llevando sus medallas de trigo
para ponerlas en la panera de su hogar sin fuego,
sobre el mantel blanco y luminoso de una mesa rodeada de niños perdidos,
mientras en la alacena se les fermenta la pobreza, eso sí, con decoro.


Vida oceánica

Alucinados y pródigos sin redención
somos los sonámbulos, pero con las patas en las brasas.
Si de la danza estelar un soberbio fulgor, fuéramos amantes extraños del infinito,
pero mártires de la belleza nacimos,
negros, en el fondo, como negro es el fondo del ojo solar.

Caminamos entre las flores sudando la sal
de nuestras lágrimas, nuestro torso maldito;
vivimos de la fuente, bebiendo como recién nacidos
pero sedientos, sin memoria, cortando el cordón con nuestros dientes de perro…
somos el dolor más violento de estas nupcias, antes de volver a nuestra cuna terrestre.

Recuérdame como dolor y sabré danzar como las mareas,
vida oceánica, sueño de un dios ebrio y ciego.

Y vamos altivos, con el lomo seco y los dientes de oro,
entre los cuervos danzantes, tocando campanas en el desierto
bebiendo con los monos, era que no, sobándoles la guata.

Tiramos las redes y sacamos muertos, con gorras de maestros y tirando serpentinas
la lengua se nos secó, desde que nos dedicamos a pintarles la gruta a los miserables
y bailamos con las momias y le besamos el culo a los ídolos
mientras los pájaros pasan volando excelsos
y los pajarones les muerden la sombra, plenos de esperanza.

Las serpientes anidan en mi pecho
abriendo los surcos, las órbitas sagradas de mi amor más puro.




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