Lilian Barraza Pizarro es Profesora de Español. Su género literario predilecto es la narrativa, aunque tiene muchísimos poemas inéditos de larga data. Sólo ha publicado dos de sus libros, pero tiene dos novelas inéditas y otro libro de cuentos en proceso de creación. El primer libro publicado fue una crónica biográfica, resultado de una investigación sobre una escritora talquina, “Marta Jara Hantke: una pluma que emerge del trueno” (LOM, 2016). El segundo es un libro de cuentos, “Suspensiva” (Helena Ediciones, 2020), al cual pertenecen estos relatos. El año 2021 fue invitada por la Editorial de la Universidad Católica del Maule a escribir un capítulo (Marta Jara Hantke: entre flores y delirios) para el libro “17 Escritores Maulinos. Contra el Olvido”. Ha dado charlas literarias e impartido el taller gratuito “Letras de Mujer”, taller de narrativa breve (2021) para mujeres de la Región del Maule, como parte de una actividad inicial de la Corporación Lalén, Arte y Cultura, la cual dirige.

DIRECCIÓN
OBLIGADA
Aunque
la autopista no le agradaba, no tenía otra
elección, porque era la única vía disponible
y rápida para acceder a su trabajo. A 70 Km/h. lograba llegar en 15 minutos,
tiempo óptimo para preparar su
material y revisar la agenda con la
secretaria que siempre estaba antes que
él. Todos los días la misma rutina, pero valía la pena cuando los trabajos escaseaban y había mucho profesional hiper especializado, principalmente
extranjeros que trabajaban por mucho
menos sueldo.
Siempre
el mismo recorrido: el
estadio, la universidad, sitios baldíos,
casas lejanas y
ese lugar. Un paso cebra señalaba el
cruce peatonal, único símbolo de
advertencia de vida; todo lo demás
era piedra, cemento, concreto. De pronto puso atención en su espacio. Escuchó que en ese momento sonaba “Non
surprises”. No sabía
por qué siempre sintonizaba
la misma radio “de adulto
joven” –declaraba la locutora–. Le
desagradaba que repitieran
los mismos temas. Ahora “Tears in heaven” de Clapton
y rezongaba en su mente que al parecer tenían todo programado a la misma
hora. A pesar de eso, no cambió
el dial.
Ese
día lunes tuvo que irse más temprano,
viajarían a
la otra
sucursal y se reuniría
con su jefe directo
en la empresa. Era invierno, la niebla espesa le recordó
los días de su niñez. Tuvo un lapsus también entre las obligaciones de la pega
y las decisiones que debería tomar; los niños, nuevamente la pega, lo mal que durmió anoche... El ruido del
celular lo despertó de las cavilaciones.
—Hola, gorda. ¿Qué pasa?
—Es Pablo que amaneció
con fiebre. Tiene 39,5.
—Mi amor, va a tener que revisar
constantemente su temperatura.
—Miguel,
tú sabes que trabajo igual que
tú. Tengo que salir ahora ya.
—Bueno, dele instrucciones a la nana,
entonces.
—Me
avisó que no venía, no sé qué hacer.
—Yo tampoco,
tú sabes que tengo una
reunión importante hoy.
—Pero, Miguel, siempre me dejas todo a mí,
preocúpate también tú.
—Ya,
llamo a mi mamá para que vaya a verlo, te aviso.
Antes
había más demostraciones de
cariño, amor puro. Ahora es
todo obligatorio, rutina, como en
la pega, “cumplir con”
y ambos corriendo. Menos mal que la vieja
vivía cerca y
siempre apoyaba con los nietos.
Más cosas que resolver, otro lapsus: no debía
olvidar que tenía que
acompañar a la mamá al médico…
pero si Pablo está enfermo… tal vez no sea nada… Pensó en sus hijos más
pequeños, en su esposa Bárbara, otra vez vino a su cabeza
la reunión… de pronto la
neblina se hizo intensa, muy
intensa, no alcanzó
a frenar, solo sintió el golpe
como estaca, violento. Un frío
pálido recorrió su columna de
principio a fin y algo
se retorció en su estómago. Se detuvo más allá, no andaba
nadie a esa hora. Ya no había
nada que hacer, solo correr el cuerpo y huir, llegar a tiempo a la cita con el
jefe para no perder la
pega; correr rápido, más rápido,
muy muy rápido para dejar
todo atrás, la neblina, su jefe, Bárbara, la vieja,
Pablo y el cuerpo,
la neblina, la maldita neblina… A lo
lejos, como un susurro,
la música de Creep:
ButI'm a
creep I'm a weirdo.
Whatthehell am I doinghere? I don'tbelonghere.
Llegó a la oficina con el estómago revuelto. Trató de no pensar, de mentirse que no
ocurrió nada, que fue su imaginación, el estrés, en fin. De regreso a su casa quiso verificar el hecho
y condujo a 40 para observar el pavimento, quería confirmar si había alguna
evidencia, pero apenas encontró una huella de sangre. Luego, le comentó a Bárbara. Ella le dijo que se quedara tranquilo,
que tal vez creyó que sucedió y no
fue real. Lo abrazó fuertemente y le
susurró: te amo, no sé qué haría sin ti. Miguel tragó
saliva, colgó sus párpados
en el vacío de la conciencia.
Nunca más pudo dormir y el grito
se le ahogó en la garganta
como un gigante al
interior de una casa de muñecas.
Al otro día, tenía que
encaminarse al trabajo por el mismo lugar, no había otra forma de llegar. Y, entonces, el
corazón le dio un vuelco cuando en aquella
intersección vio a una madre y familia
doliente, vistiendo de luto. “Justicia para Tomás”, decían los carteles.
Más tarde, en la oficina leyó que era
hijo único, autista, que había salido solo esa mañana, se había escapado…
pero no podía entregarse, tenía familia, ¿qué le diría a Bárbara?, tenía
responsabilidades en el trabajo, tenía madre por quien responder, tenía miedo,
mucho miedo. Por Dios, no fue su
intención, no quiso hacerlo.
El
miércoles cortó su respiración cuando transitó por ese trecho de la vía,
mientras pedía perdón imaginariamente como un ruego; el jueves, cuando tuvo que
detenerse otra vez en ese paso peatonal, cerró los ojos y recitó nuevamente su
oración. El viernes divisó más carteles
y protestas por la falta de semáforo… Una semana después era imposible no ver que, frente al
sector del deceso, construyeron
una animita. Había globos blancos
y negros para Tomás. De repente, uno negro se soltó y voló lentamente hasta su parabrisas
y quedó ahí, solo por un
momento, casi señalando: “aquí está el culpable”.
Pasaron los meses. La salud de Miguel se
deterioró, ya no quería comer, el traje le daba dos vueltas a la conciencia.
Un día, cuando venía de vuelta, observó que habían pintado una cruz de
colores en la vía, justo en el lugar donde había quedado el cuerpo. Ese día, llegó a casa y lloró. Lloró a mares
con un torrente desenfrenado de hipos y lágrimas. Bárbara, preocupada, lo
observó apenada, mientras él arrodillado, abrazaba sus piernas como un niño
arrepentido.
—Enseñan
que “los hombres no lloran”, Bárbara.
—
¿Qué
quieres decir con eso?
—
No
he podido llorar, no he podido pedir perdón… y ahora la pintaron, justo ahí donde
quedó el cuerpo, la sangre.
—No,
Miguel, pero entonces fue…
—Lo siento. Yo no quise hacerlo, era solo un pequeño… ya
no puedo seguir apretando los labios… pasar sobre la cruz es seguir ultrajando
su recuerdo día a día.
MAKE UP
…Entonces, dime que
ocurrió.
—
Soledad
tenía una muñeca. Recuerdo que papá se la regaló antes de morir, pero claro, en
ese tiempo él no sabía o –no quería saber– que algo en su cuerpo lo estaba
carcomiendo de a poco… Maldito cáncer… Y ella, la muñeca, era casi tan alta
como la Sol. La Sol tenía como 4 años en esa época. Sí, ahora que lo pienso,
era rara, una “no muñeca” en realidad, de esas grandes, casi humanas, ¿sabe?,
pero no una Annabelle. Esta “no muñeca” era linda, amigable…
—
¡Qué
extraño!
—
No
lo sé, era muy adulta, llevaba maquillaje, su figura estaba desarrollada, tenía
pechos de mujer, ¿entienden? Ya sé, me va a decir que todas sus muñecas no
parecían muñecas, sino que eran prototipos de mujeres con medidas “perfectas”
como las Barbies… Solo que esta era más mujer, tenía encanto, sensualidad…
¡No!, no como las Barbies… Bueno, el asunto es que un día la Sol llegó a mi
cuarto, tenemos cinco años de diferencia. En ese tiempo yo andaba en los doce.
No me conocieron en ese tiempo, pero mi cara estaba plagada de espinillas…
—
¿Quiénes
no te conocieron?
—
Pero
ese no es el punto. Para cubrirlas, me compraba todo tipo de maquillaje. Paolo,
el pololo de mi madre, me pasaba plata para conquistarla y yo me compraba
bases, correctores, polvos faciales y todo tipo de paletas para que mi cara se viera
más limpia. Así decía Paolo.
También me regaló un
tocador donde guardaba mi maquillaje y me la pasaba todo el día jugando a verme
más bonita… También yo creo que fue para cubrir el vacío que dejó mi papá.
Cuando él se fue, todo se dio vueltas en mi vida. Solo quería encerrarme. Y mi
mamá no se demoró nada en buscar un
reemplazante. La odiaba. La abuela, antes de morir, le decía: “si quieres ten
romances puertas afuera. Tienes una niñita…”. Pero no… ella tenía que meter al
puto hombre en nuestras vidas, cuando todavía estaba el olor de mi papá en la
casa, sus cosas… No sé. Fue muy duro todo. En una familia de cuatro, cada uno
hacía lo que quería. Yo me encerraba…
— Siempre es duro.
Viviste el duelo de tu padre… Y ¿ocurrió algo más?
—
El
asunto es que un día llegó la Solcito a mi pieza y se puso a mirar con esa cara
de tristeza que… Le pregunté qué quería. Más bien le grité qué necesitaba,
porque me cargaba hasta que alguien me mirara. Ella se acercó tímida… era tan
tímida la Sol… Y me preguntó si la podía ayudar con algo. En sus ojos había una
luz tan opaca… ¡Pregunta, rápido! –le dije– que tengo que salir. Y ahora me
arrepiento, me arrepiento tanto, porque si realmente la hubiera comprendido…
¿Sabe qué me preguntó?
Me preguntó con su vocecita de niña qué podía hacer para afearse. Yo me puse a
reír y le dije que estaba loca, que era al revés, que una mujer tenía que
ponerse bonita. Que como era tan tonta, que de dónde sacaba esas leseras… Ella
me quedó mirando y le corrieron las lágrimas, pero calladita. Yo debería
haberla abrazado, haberle hecho cariño en el pelo, haberle dicho que no
estuviera triste y haberle preguntado qué quería decirme en realidad. En vez de
eso, le tiré las trenzas y le di un palmazo para correrla de la pieza.
—Ok. Me has contado acerca de tu hermana
Soledad. ¿Puedes hablarme de ella? Y quiero que me
expliques quién es Soledad. En el relato dices que es tu hermana menor… cuando
hablas de ella parece que la extrañas y sientes mucha pena, te sientes
responsable. ¿Por qué Josefina?,
¿qué le pasó realmente a Soledad?
—
¿No
lo sabe?... ¡Dios, era solo una niñita de ocho años! A ella, a la Sol no le
gustaban los maquillajes, la Sol quería ponerse fea.
—Bueno, entonces según
entendí, Soledad… Sol, era tu hermana cinco años menor que tú. Tu familia está
constituida por cuatro personas. Tu papá murió de cáncer y le regaló una muñeca
muy particular a Sol. Tu mamá tiene o tuvo un novio un año después de morir tu
padre. Tú te aislaste y no pusiste atención en nadie. Tu centro de entretención
era el maquillaje. Ahora dime, ¿qué
le ocurrió a Sol?, ¿ella también murió?
—
No,
no Sol… usted no entiende. Ella quería ponerse fea para que él no la
persiguiera. Quería que no la viera, quería no existir.
—Es verdad, no entiendo.
Explícame por favor tú ¿Quién?, ¿quién es esa persona que daña a Sol?
—
Es
él, él todos los días se subía. Le regalaba dinero, cosas para que no hablara.
Le regalaba vestidos…
—Ok, eso ocurre desde
que Sol tiene ocho años…, entonces Sol está feliz con la muñeca.
—
No
ella es… maquillada como grande, tiene senos grandes, uf! Una pornografía
barata.
—Bien, entonces, Sol es
la muñeca. Entonces a Sol le gusta maquillarse. Eso a “él” debe agradarle, ¿no?
—
Pero
a la pequeña Sol no, ella quiere verse fea, muy fea, no quiere que la vea más.
— Tranquila, ¿por qué sientes tanta pena?, ¿crees
que deberías haber ayudado más a Soledad?
—
…Era
mi hermana. Ahora está muerta, ¿lo entiende? Yo debería haberme fijado en sus
ojos gritando auxilio, rogando por ayuda. Si hubiera estado pendiente de ella y
no solo de mí misma… Ella murió, la mataron. La mató ese imbécil que mi madre
tenía de novio.
—Lo siento, de verdad.
Me imagino el dolor que debes sentir por la pérdida de tu hermana. Pero, ¿por
qué razón la mató?
—
El
desgraciado la violaba, todos los días de su vida. Subía a su cuarto y abusaba
de ella. Fuerte. Cuando era pequeña era un dolor tan grande, pero la amenazaba. Ella no lo sabía entonces, pero le
decía que si abría la boca iba a matarla. A matarla, ¿puede creerlo? Como si ya
no lo estuviera haciendo. No recuerda cuándo le llegó su primera regla, pero sí
recuerda que fue dolorosa, tuvo vómitos, enfermó y cayó en cama, pero a él no
le impidió llenarse de sangre, igual se vino sobre mí, igual me tocaba con sus
manos asquerosas. Y no había nadie, nadie para defenderme, ni ella…
—
¿Quién
es ella?
—
Mi
madre, ella no se daba cuenta, adoraba que me quisiera tanto, que me vistiera
como muñeca. Mi madre disfrutaba cuando él me maquillaba y ponía labial rojo.
Incluso le pasaba sus joyas. “Parece que la hija es tuya”, le decía. Por eso
quería afearme, para que a él mi madre le bastara, pero no… seguía subiendo,
seguía ensuciándome todos los días con sus manos asquerosas. Ya no aguantaba
más, dejé de comer, quería desaparecer, no estar…
— ¿Qué pasa, Soledad?,
¿por qué te has quedado en silencio?
—
¿Soledad?
—Sí, Soledad.
—No, no… yo... No quiero
maquillarme nunca más.